Héctor Agüero

El elefante detuvo su andar y se sentó a oír con atención lo que decía la hormiga.

Luego de cinco décadas el gobierno norteamericano decidió romper su auto bloqueo a la isla de Cuba y se sentó en la mesa a dialogar con la dirigencia revolucionaria caribeña.

Ojalá no tengamos que esperar tanto para que quienes dirigen la política en Washington entiendan que lo que quieren  los pueblos  es vivir en paz, como  les corresponde.

Venezuela  es una nación soberana y luchamos por una vida  pacífica. Esperamos del gobierno estadounidense el suficiente coraje  para enterrar las trapisondas, las emboscadas y el acoso que hemos padecido en estos tres últimos quinquenios.

Una de las mayores enseñanzas que nos legó el Gigante Chávez fue el respeto a la palabra con la cual,  honró siempre sus compromisos. El mejor ejemplo fue el cumplimiento de los acuerdos petroleros firmados con el Estado norteamericano. Ni siquiera durante el paro sabotaje de 2002  y 2003 que redujo casi a cero las exportaciones del crudo, se dejó de enviar el petróleo a Estados Unidos. Como buen estadista e internacionalista, Chávez optó por la solidaridad continental, recurrió, entre otros países,  al  Ecuador, y cumplió así con las cuotas asignadas no solo al país norteño sino también, con los cupos para nuestros hermanos centroamericanos y caribeños.

La campaña mediática en  contra nuestro país ha ocultado esta acción positiva,  silenciándola y censurándola. Los medios nacionales e internacionales han preferido vender el perfil de un Chávez amenazante y esconden  al verdadero Comandante Eterno. Ocultan  su rol de estadista y líder de un cambio nuevo para América Latina. Por el buen ejemplo que ello conlleva. No olvidemos que lo que es bueno para el Pueblo  es mal visto por la derecha. De ahí el incesante empeño en hacer creer que, Chávez y el proceso revolucionario son un mal patrón a seguir para el continente y para el resto del mundo.

La batalla contra el sabotaje petrolero  de 2002 se  centró en recuperar el control efectivo de Pdvsa. Mover los tanqueros y comenzar a producir combustible para los venezolanos y para el mercado externo, fue la consigna que impulsó al máximo líder. La recuperación espectacular del otrora Pilín León y el llenado de los camiones cisternas, que salían de Carabobo hacia las bombas de todo el país, marcaron el inicio del fin del sabotaje. Cada cisterna que llegaba a una estación de servicio significaba un rudo golpe para el enemigo y el triunfo del pueblo y de su líder. Así Pueblo y Fuerza Armada, lograron aplastar el  plan demente de desmoronar la economía nacional. Fue ese mismo  pueblo en la calle, el que  se mantuvo frente a Miraflores e hizo huir despavoridos  a las huestes de Carmona el Breve,  la mañana del trece de abril de 2002.

Vencimos así  las grandes batallas  contra el enemigo, gracias al genio y estrategia de Chávez y a su comunión con el Pueblo. Con su enseñanza enfrentamos el desafío de este tercer combate que plantea el adversario: la guerra económica. Hasta ahora, los grupos económicos lograban evadir sus responsabilidades ante la opinión pública. Hoy ya no es así.

El pueblo está consciente y apoya las medidas tomadas por el compañero Presidente,  Nicolás Maduro.  No le ha temblado el pulso a la Fiscalía para ordenar el arresto de los comerciantes inescrupulosos que pretenden  dañar la economía nacional.

En la mente de los oligarcas de siempre debe estar presente la imagen de sus antepasados presos en la Rotunda por negarse a cumplir una orden del entonces primer magistrado Cipriano Castro, batallador por la soberanía nacional. Nunca lograron doblegar aquel andino orgullosamente venezolanista. Famoso e histórico fue su rechazo a lo que llamó “la planta insolente del extranjero,” como acuñó en su frase inmortal cuando reaccionó frente a las grandes potencias extranjeras de entonces, que pretendían invadir a Venezuela con la complicidad del capital criollo. Cien años después nos enfrentamos a los mismos enemigos.

 

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